TODOS LLORAMOS

En algún momento a todos nos ha tocado llorar. En la soledad de tu cuarto o en compañía de quien te importa, sin poder evitarlo o porque necesitas desahogar. Lágrimas calladas, desbordantes, peleadas, valientes, contenidas, desarmadas. Lágrimas que escuecen o empapan, tramposas, sinceras y también otras que no fuimos capaces de llorar.

Hay unas «lágrimas de reacción». Aquellas que soltamos –o se
... nos escapan– ante las cosas que nos pasan. Pueden ser de cansancio o pasión; de fracaso, rabia o tristeza; de impotencia, miedo, alegría o liberación. Miran al pasado y, al hacerlo, nos ayudan a entender cómo somos, lo que nos importa, qué queremos decir cuando no sabemos hablar.

Además, hay otras «lágrimas de consolación». Las que brotan cuando nos sentimos lanzados a amar, las que nos conmueven al mirar a los hermanos, las de enamorarnos de Jesús. Son lágrimas que nos hablan de cómo es Dios, de lo que le importamos, de lo que incombustiblemente nos quiere decir. Y ponen nuestros ojos en el futuro, nos inflaman, nos llenan de paz

E Ignaciana

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